Esta semana pasada en la que hemos despedido a enero, creedme que he añorado mi infancia, si cabe, más que de costumbre. Suele ocurrirme que ante cualquier acontecimiento rememoro mi niñez y busco la comparación sin proponérmelo.
En estos días la labor más extendida por el agro riojano es la poda, qué comenzada a primeros de noviembre, aunque hay quien lo hace incluso poco después de vendimias, en este mes de febrero está próxima a su fin.
Esta labor se realiza en meses fríos, pues es en ellos cuando la savia ha descendido a las raíces y deposita allí todas sus reservas para utilizarlas en primavera al brotar de nuevo.
Pero, como bien saben los agricultores, en días de niebla, lluvia o alta humedad no conviene podar, pues por las heridas que se producen al cortar el sarmiento, pueden penetrar hongos que generen enfermedades en la viña.
Hoy en día es más fácil planificar las labores en el viñedo, ya que además de altamente mecanizado contamos con información suficiente sobre meteorología, algo que nuestros abuelos sólo podían pronosticar en base a la experiencia o siguiendo los consejos de algún pastor que analizaba las témporas y las reacciones del ganado.
Al acabar el primer mes del año con temperaturas superiores a los quinces grados, no he podido evitar comparar con éste los inviernos de mi niñez y seguro que a más de uno de vosotros os habrá ocurrido lo mismo.
En mi memoria han quedado esos días fríos de comienzo de noviembre donde mis abuelas, muy refraneras ambas, decían: “por los Santos nieve en los altos”.
Y seguido sacaban los braseros, escondidos en el alto para, con el poco “cisco” que quedaba del invierno anterior, poner uno debajo de la mesa camilla.
Era la calefacción, junto con “la chapa”, que teníamos en algunas casas de Cenicero. Por eso la poda no solo era necesaria para preparar la cepa con vistas a la producción del año siguiente, sino que los sarmientos cortados y quemados eran convertidos en combustible ecológico.
Y en ese momento comenzaba la producción del nuevo año con el fin de pasar el invierno lo más caliente posible.
Para conseguir un “cisco” de calidad era necesaria no poca pericia y maña:
El día en cuestión debía ser seco y sin viento pues, de no ser así las condiciones, difícilmente podía realizarse esta labor con éxito y sin peligro.
Primero, debían proveerse de mimbres cogidas en las riberas bien del Ebro o del Najerilla que antes habían plantado, para usarlas como cuerdas y así atar los sarmientos haciendo gavillas, a poder ser bien prietas, o servirse para transportarlos al lugar de la viña elegido para hacer el “cisco”.
Este lugar debía encontrarse en un punto medio de la parcela con el fin de no caminar mucho con los sarmientos y, si la finca tenía, cerca del pozo que contenía agua. Era conveniente barrer un poco el suelo con una escoba de broza para evitar piedra y tierra al recoger el “cisco” y que este se apreciara más limpio.
Alrededor de ese lugar iban depositándose los sarmientos y poniendo unos pocos en el centro se prendían formando una hoguera que se iba alimentando poco a poco hasta que, de forma homogénea, quedaban convertidos en hilos de carbón.
Era ahí cuando el agricultor empleaba su intuición para evitar que se consumieran y, a la vez, conseguir un combustible futuro de calidad al no dejar sarmientos a medio quemar. Ese momento era el indicado para, con la ayuda de la pala, aplastarlo impidiendo que el aire le proporcionara oxigeno que le permitiera seguir combustionando y con la escoba de broza, a modo de hisopo, se esparcía el agua que se recogía del pozo con el propósito de apagarlo.
Se daba vueltas hasta que sonaba como tiza y se extendía para comprobar que no se apreciaba lumbre prendida y ayudar a que se enfriara. Una vez frio se transportaba en sacos, primero de tela luego de plástico, hasta casa. Habitualmente se guardaba en los bajos para tenerlo cerca, pues su uso era frecuente, después de haberlo dejado unos días fuera por si estaba mal apagado y comenzaba de nuevo a arder.
Os habréis podido hacer una idea del aspecto que traían los agricultores después de una jornada haciendo “cisco: cansados, ahumados y ennegrecidos por el polvo que se genera al quemar. Creo que de ahí surgieron las expresiones tan típicas de Cenicero como “estoy hecho cisco “cuando queremos decir que estas cansado o enfermo; “esto está hecho cisco “cuando un objeto o lugar esta sucio, roto o deteriorado; “prepararse un cisco “cuando se produce un altercado con mucho jaleo; “vaya cisco” cuando hay un descontrol o algo no va como debiera; o “enciscar” cuando lo utilizamos como ensuciar.
Después de todo este proceso tan laborioso, eran consumidos finalmente en los braseros de cobre, hierro o latón que se colocaban protegidos por unas lambreras (armazones de alambres trenzados a modo de campanas) y se colocaban por diferentes habitaciones, pero sobre todo debajo de esas mesas camillas que, protegidas por unas sayas, proporcionaban un refugio codiciado cuando de niña volvía de jugar por la calle aunque hiciera bajo cero.
Y eso ocurría desde finales de noviembre hasta bien entrado marzo, con varios días de nevadas de hasta quince centímetros y heladas fuertes que dejaban carámbanos de hielo descendiendo de los tejados. Días, a veces semanas, en que los agricultores no podían salir al campo y que yo recuerdo, por que era los días en que mi padre, siempre al servicio de la tierra que nos alimentaba, me llevaba a la escuela subida sobre sus fuertes hombros para que no me mojara con la nieve.
Por eso he recordado estos días, cuan diferentes eran los inviernos de mi niñez con estos que ahora vivimos y que son la prueba de que el clima está cambiando.
Actualmente las vides no soportan temperaturas extremas bajo cero en nuestro valle, salvo contados días. La nieve lleva varios años sin aparecer y los tejados adornados con lagrimas heladas quedan para estampas de la Sierra riojana.
Ahora que con un sencillo brasero de cisco sería suficiente para caldear uno de los hogares modernos que los que vivimos, es cuando encendemos calefacciones porqué a dieciséis grados en enero tenemos frio.
Desde aquí quiero invitaros a poner nuestro granito de arena para impedir que esto cada vez sea más frecuente, hasta tal punto de no recordar que en enero estar bajo cero y nevados es lo deseable por los beneficios que aporta a la tierra y, en consecuencia, a los que en ella y de ella vivimos.
Espero que no acabe este invierno sin que haya una nevada en mi ciudad y así podáis comprobar que bonitos se ven los viñedos bajo un manto de nieve en …